Primera edición argentina de Resérvame el vals, su única novela, de 1932. Fue escrita como remedio contra los altibajos de la esquizofrenia.
En un momento de Resérvame el vals, su única novela publicada en vida, Zelda Fitzsgerald puede lograr que su personaje principal, Alabama —quien comparte muchas cualidad con su propia autora— se observa y se perciba con una lucidez notables. Escribe: "Alabama se vio a sí misma balanceándose suavemente en el extremo de un arco de violín rotando sobre su clavija plateada, transformando las ciertas desilusiones del pasado en inciertas expectativas del futuro". ¿Es posible lograr esa clase de alquimia cuando se viven experiencias límites (fama mundial y posterior derrumbe económico, entrada y salida de psiquiátricos, pérdida del amor de toda la vida) que desmarcan la existencia de la rutina y aquello que muchos llaman normalidad? El relato continúa: "Se imaginó como una nube amorfa en el espejo de un camerino que estaría enmarcado con tarjetas y recortes de periódicos, telegramas y fotografías. Se siguió a sí misma por un pasillo de piedra lleno de interrumptores eléctricos y carteles de prohibido fumar, pasando por un dispensador de agua y un montón de vasos de papel y un hombre en una silla inclinada, hasta llegar a una puerta gris con una estrella pintada". ¿Es la vida, después de todo, algo más que atravesar una serie de obstáculo hasta, por fin, encontrar una salida?
Esta parece ser la pregunta capital de Zelda Fitzgerald en Resérvame el vals (La Tercera Editora) la primera edición argentina que tiene esta novela. Y, digámoslo de entrada, no se trata de una reparación histórica ni de oportunismo, sino de la posibilidad de descubrir a una narradora excelente que por esas cosas del destino estuvo en pareja (¿bendición o maldición?, ya volveremos a esto) con Francis Scott Fitzgerald, autor de El gran Gatsby, en el centro del cano.
Resérvame el vals es una mansión con varias puertas de entrada. Puede leerse como una novela sobre la historia de Alabama, desde su infancia en el Sur de Estados Unidos, junto a su familia con tres hermanas y un padre de aspiraciones sociales estructuradas, hasta su recorrido glamoroso por Europa junto a su marido, el exitoso pintor David Knigth.
El arco narrativo la lleva desde el barro a los diamentes, de la quietud de la monotomía al ritmo de los viajes por el mundo y el baile como una metáfora de la intensidad posible y cercana. Es decir, a su modo es un texto de iniciación donde el personaje de la vida y sus peripecias (lo bueno, lo malo y lo inesperado) se abren, se desarrollan y se expanden ante la protagonista. En otro sentido, se puede ingresar a esta obra para leer una prosa con fogonazos poéticos y momento de diversión intelectual sumamente atractivo que mantienen su encanto indeleble. Dos ejemplos. El primero: "El problema con las emergencia es que siempre me pongo mi mejor ropa interior y luego nunca ocurre nada". El segundo: "Para mí, la mejor manera de provocar lo inesperado es dormir con la crema facial puesta".
Publicada por primera vez a fines de 1932, Resérvame el vals comienza a ser escrita en febrero de ese mismo año y nace de la recomendación de escribir (lo que sea) que recibe Zelda Fitzgerald de los profesionales del Hospital Johns Hopkins en Baltimore, donde había sido internada con el diagnóstico, firmado por el Dr. Adolf Meyer, de esquizofrenia. Eran tiempos inestables y cimpejos para el matrimonio Fitzgerald: Francis Scott estaba en una temporada (larguísima) de sequía luego del rotundo éxito de El gran Gatsby, publicado en 1925, lo que le daba buenas excusas para hundirse sin culpa en el alcoholismo, y Zelda desde 1930 venía siendo hospitalizada en distintas instituciones psiquiátricas de Europa (Suiza y Francia). Cuando la novela estuvo terminada (fueron sesiones diarias de 2 horas), se la dio a leer a una de las doctoras que la acompañaba en su tratamiento. Ella se mostró entusiasmada con el texto y le dio fuerza a Zelda para que lo llevara a alguna editorial. Mientras tanto, F. Scott Fitzgerald estaba preocupado por el dinero que gastaba en la internación de Zelda. Cuando leyó el manuscrito de la novela, puso muchos reparos: de estilo, de argumento. Finalemente la apoyó a Zelda y la novela encontró editorial: firmó contrato el 14 de junio de 1932. La primera edición fue de 3000 ejemplares, porque la Gran Depresión todavía no daba respiro a Estados Unidos.
Las recepciones críticas no fueron buenas. Las comparaciones con la obra de su marido no se hicieron esperar, lo que hizo que Zelda se hundiera en una depresión de la que le costaba cada vez más salir. Sin embargo, por lo que cuentan sus bi{ografos, nunca perdi{o del todo su encanto natural. El que sí lo perdió en la última etapa de su vida, luego de publicar su otra obra maestra, Tender is the night, fue Francis Scott. Escribe Rodrigo Fresán en La Parte inventada: "Francis Scott Fitzgerald muere el 21 de diciembre de 1940 en Hollywood, luego de haber sido humillado por productores y de haberse humillado ante productores en demasiados domingos locos". Tenía 44 años. Sobre el final de Zelda, cuenta: "Zelda Sayre Fitzsgerald muere el 10 de marzo de 1948. La mujer que nunca se sintió todo lo reconocía que se merecía es uno de los cuerpos que el fuego deja irreconocibles luego de un incendio en el Highland Mental Hospital en Ashville, North Carolina. Consiguen identificar sus restos a partir de una zapatilla de baile".
Poco antes de morir, Zelda había leído la inconclusa The Love of the Last Tycoon y le escribió a su editor, Edmundo Wilson, contándole que ver cómo avanzaba su nueva novela le había "devuelto las ganas de vivir".
Publicado el 01/02/20 en Revista Ñ por Walter Lezcano.
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