El autor de Bajo este sol tremendo nos deja la "recomendación de amigo" de esta semana: Miss lonelyhearts, de Nathanael West.
De Nathanael West sé solamente lo que cuenta Soledad Puértolas en el prólogo del libro: fue guionista del Hollywood de la época febril, escribió cuatro novelas (La vida fantástica de Balso Snell, Miss Lonelyhearts, Nada menos que un millón y La plaga de la langosta) y murió en un accidente de auto en 1940, a los 36 años. De sus cuatro novelas --y siempre según Puértolas-- Miss Lonelyhearts es la más lograda. No pude leer las otras como para hacer una comparación, pero no dudo en decir que ésta es, para mí, una novela tremenda y una de las mejores cosas que me ha tocado leer en la vida.
Un periodista se ocupa del consultorio sentimental de un diario, con el seudónimo que da título a la novela. Todos los días recibe unas cartas terribles, llenas de patetismo y desesperación. Al principio el asunto es un chiste, después se preocupa por devolver consejos "positivos" que alivien el dolor de sus corresponsales. De a poco, su alma se va llenando de las miserias de los otros. Su jefe Shrike (un cínico muy simpático) se burla de su complejo de Jesucristo: "Amigo mío, te aconsejo que les envíes piedras a tus lectores. Cuando pidan pan no les des galletas, como la Iglesia, y no les digas, como el Estado, que coman torta. Explícales que el hombre no vive sólo de pan, y dales piedras. Enséñales a rezar todas las mañanas: la piedra nuestra de cada día dánosla hoy". La novela está construída alrededor de un catolicismo a medias: West cree en los dolores de la cruz, pero no parece tener la misma fe en el perdón y la resurrección. Un botón de muestra es más interesante que cualquier pavada que pueda decir yo:
Siendo un chiquillo, Miss Lonelyhearts descubrió en la iglesia que algo se removía en su interior cada vez que gritaba el nombre de Cristo. Algo que estaba oculto y era enormemente poderoso. Se había entretenido con ello, pero nunca había dejado que adquiriese vida propia. Ahora sabía qué era aquello que se removía: histeria, una serpiente que en cada una de sus escamas lleva un espejito y en donde el mundo muerto parece revivir. Y qué muerto está el mundo... un mundo de reflejos. Se preguntó si la histeria no sería un precio demasiado elevado. Para él, Cristo era el más natural de los estímulos. Con los ojos fijos en la imagen que colgaba de la pared comenzó a recitar:
-Cristo, Cristo, Jesucristo, Cristo, Cristo, Jesucristo.
Pero cuando la serpiente empezó a desenroscarse en su cerebro, se asustó y cerró los ojos.
Hace poco la ví en alguna librería de saldos de la calle Corrientes, a cinco mangos. No sé si hay ediciones actuales disponibles en el mercado local.
Publicado en Eterna Cadencia el 30/11/10 por Carlos Busqued.
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